viernes, 14 de agosto de 2015

Mártir 1: Andrómeda


La ciencia, la filosofía y la hija bastarda de las dos anteriores, la psicología, nos ofrecen una gama muy grande para entender nuestra personalidad y forma de pensar, y, al mismo tiempo, nos garantizan que en el conocimiento de las herramientas descansa el máximo premio que alguien puede obtener en una vida consciente: la realización de la verdad personal. Éste último concepto no pretende ser el tema de este escrito. En la presente, quisiera tratar sobre lo que más resuena en mi mente cuando pienso en psicología: el Arquetipo. 

Esta palabra dominguera no es más que un término para designar una imagen que representa valores que una cultura considera importantes, por importantes no me refiero a bueno o malo. El héroe, el antagonista, el instinto y muchos conceptos más generan vistas que muchísimos pueblos reconocen y que simplemente revisten de ropajes y rostros distintos, pero que esconden aspectos con los que toda la humanidad puede identificarse en lo más profundo.

En lo personal, considero que, para mi crecimiento personal, hubo corrientes psicológicas que, por pragmáticas, han sido de ayuda para mí. Pero creo que debido a la forma en la que fui criado, lo que vi en casa y algo más que nunca alcanzaré a entender, la psicología analítica llama mi atención. Mi padre siempre estuvo cercano al conocimiento de filosofías orientales. Por otro lado, todo mundo sabe que en México y gran parte de América Latina la iglesia católica impuso y sigue propagando sus ideas, conceptos y arquetipos originales. Y es de este vasto campo ideológico del que rescato al arquetipo del Mártir, imagen socorrida por muchas religiones del mundo.


Andrómeda: mártir involuntaria

En los años 90, llegó al país una oleada de series de anime, procedentes de Japón. Saint Seiya (Los caballeros del Zodiaco) llamaban no sólo mi atención, sino la de miles de pubertos en la república . En la extrema violencia, las armaduras y el luchar por una princesa, encontramos el pretexto perfecto para apoltronarnos todo el fin de semana frente a Azteca 7.

En dicha serie animada, Shon de Andrómeda brillaba no por su fuerza o por su valor. Este caballero de bronce se destacaba por ser un pusilánime, capaz de figurar sólo gracias a la sombra de su hermano (el mil-veces-más-chido Fénix). Yo no sé por qué pero la figura del caballero de Andrómeda, no obstante su notoria vulnerabilidad, me resultaba atrayente. Con el tiempo y muchas horas de ociosa estupidez me di cuenta que era el sacrificio el valor que consideraba importante. A pesar de ser tan débil y negarse absolutamente a atacar a sus contrincantes, Shon tenía el máximo poder en él. Como último recurso se despojaba de su armadura y entregaba toda su energía para deshacerse del contrincante, que significaba un dolor de cabeza para los otros caballeros de bronce (mucho más fuertes y capaces que Andrómeda). Siempre era una sorpresa ver al débil ofrendarse a expensas de su propio ser.

Y es que uno, a los ocho, lo que menos le interesa es la mitología griega. Pero si me hubiera interesado en ese entonces en lo bueno, me habría dado cuenta que toda la serie esta basada en mitología griega; que no es más que un cultivo riquísimo de figuras arquetípicas. Nada más que las raíces de toda la cultura artística, científica y psicológica de occidente. 

En Grecia, Andrómeda fue una princesa etíope que ofrendo su vida para salvar a su pueblo de un monstruo. Sus padres,  Cefeo y Casiopeia, no encontraban la forma de salvar a Etiopía de un monstruo que amenazaba con destruir la nación. Los padres, atentos y con ganas de quedarse como gobernantes de algo, decidieron ofrecer a Andrómeda como mártir involuntaria; la que sería capaz de salvar a los inocentes de una muerte violenta. Andrómeda aceptó con resignación la cobardía de sus padres.